¿Qué queda cuando una fotografía ya no señala una realidad hacia fuera de sí misma y sólo permanece el sustrato, el residuo, apenas unas manchas de sustancias químicas sensibles a la luz? ¿Qué pasa cuando el único referente que le queda a una fotografía es la fotografía en sí? Cuando el alma de una imagen –la información– abandona su cuerpo –el soporte– y se convierte en fantasma. Pero hay varios tipos de fantasmas y diversos tipos de imágenes-fantasmas. Habitualmente las imágenes-fantasmas habitan los bastiones de la memoria que son los archivos».
Joan Fontcuberta
Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es una de las grandes figuras de la fotografía internacional, pero es más que eso. Profesor, ensayista, crítico y promotor de arte, es una figura ética e intelectual decisiva en la comprensión de la fotografía y la imagen contemporánea.
Trauma es su primera exposición individual en La Mar de Músicas y plantea una instalación de cajas de luz, murales y libros en los que el archivo es el centro de atención para uno de los artistas que de forma más lucida ha cuestionado nuestra percepción de la realidad a través de la imagen y los cambios de esta primero desde lo analógico a lo digital y, más recientemente, en lo que la imagen ha devenido en los tiempos de los smartphones, tema central de su ensayo “La furia de las imágenes” (Galaxia Gutenberg, 2016).
El proyecto que Joan ha preparado para Cartagena es un homenaje a la fotografía de antaño. Tal y como se explica en el texto publicado por la galería Angels, esta serie se encuentra en la línea de proyectos anteriores (tales como Blow Up Blow Up, 2009 y Gastrópoda, 2013), basados en la indagación semiótica de la imagen fotográfica, el nuevo trabajo de Joan Fontcuberta parte de la hipótesis de que las imágenes experimentan un metabolismo orgánico: nacen, crecen, se reproducen y mueren para reiniciar el ciclo de la vida. Por este motivo, Fontcuberta se interesa por los archivos, ya que éstos contienen imágenes enfermas, agónicas, imágenes que, como consecuencia de la biología transformadora del tiempo y de la química, padecen algún tipo de trastorno que perturba su función documental y las inhabilita para seguir “viviendo” en el archivo. Son las mismas imágenes, ya sean producidas por él mismo o hurgadas en colecciones fotográficas, las que están sometidas a un estado de trauma. Un trauma que, según Fontcuberta, “nos aboca a la elegía por lo que queda de la materialidad de la fotografía química, una oda a sus restos y excrecencias”